Jesús, hijo de José y de María de Nazaret, fue
concebido en este pueblo de Galilea a tenor del misterioso anuncio que el ángel
Gabriel le hizo al artesano de que su prometida (aún no se había celebrado la
boda) estaba encinta, pero que el fruto de su vientre no era obra de un ser
humano sino del Espíritu Santo. María era prima de Isabel, esposa del sacerdote
Zacarías, quienes en la vejez engendrarían a Juan Bautista.
En aquellos días se promulgó un decreto de César
Augusto por el que todos los habitantes del imperio debían empadronarse, cada
cual en la ciudad de su estirpe. José y su joven esposa hubieron de dirigirse a
Belén, en Judea, a unos 120 kilómetros de Nazaret. Probablemente hicieron el
viaje en caravana con otros que seguían el mismo camino. La pareja, de escasos
recursos económicos, pernoctó en las afueras de Belén, refugiándose en una de
las cuevas utilizadas por los pastores. Estando allí, a ella se le cumplieron
los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, al que recostó en
un pesebre porque no tenían sitio en la posada.
El humilde nacimiento de Jesús tuvo lugar en
tiempos del rey Herodes el Grande. Por lo tanto, no pudo ocurrir más allá del 4
a.C., fecha de la muerte del tetrarca. Siguiendo a Lucas (2, 1), Jesús nació en
tiempos del censo ordenado por Augusto y efectuado por Quirino, gobernador de
Siria. Tertuliano atribuyó ese censo a Sencillo Saturnino, legado de Siria del
8 al 2 a.C.; éste muy bien pudo haber completado un censo comenzado por
Quirino. Por ello, se suele aceptar que el nacimiento de Jesús tuvo lugar entre
los años 7 y 6 a.C.
El evangelio de Lucas narra los hechos a la vez
simples y extraordinarios que acompañaron el nacimiento de Jesús: el anuncio de
los ángeles a unos pastores, que acudieron a Belén y fueron los primeros en
"alabar y glorificar a Dios por todas las cosas que habían visto y
oído" (Lc. 2, 20). Mateo, en cambio, narra la visita de tres misteriosos
reyes de Oriente que, guiados por una estrella, acuden a adorarlo y le ofrendan
oro, mirra e incienso. Previamente, estos reyes "magos" habían pasado
por Jerusalén preguntando "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha
nacido?" Tal pregunta llenó de temor al rey, quien ordenó pocos días
después una terrible matanza de niños varones, que la tradición cristiana
recuerda cada 28 de diciembre como el Día de los Santos Inocentes. Advertidos
del peligro que los acechaba, José y María huyeron de Belén con su hijo y se
refugiaron en Egipto, donde permanecieron hasta la muerte del rey Herodes.
De nuevo en Nazaret, Jesús aprendió las Escrituras
y la tradición oral judía hasta el punto de sorprender con sus conocimientos a
los doctores de la Ley que lo escucharon en el templo cuando sólo tenía doce
años. Mientras el "niño crecía y se fortalecía, llenándose de
sabiduría" (Lc. 2, 40), llevó una vida normal, trabajando con su padre.
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